Por Inés Aizpún
Santo Domingo. A Don José León le conocía TODO el mundo. No es una exageración. Tenía ese don de la gente buena que logra que el interlocutor se sienta especial; era capaz de apreciar la singularidad de cualquiera y sentir curiosidad genuina por el otro. Creció en aquel Santiago, él mismo lo contaba, en que las clases sociales existían pero no aislaban. Quizá su generación es la última que vivió esa riqueza.
Reía, literalmente, con todo el cuerpo: abriendo los ojos y dejando salir la carcajada como un torrente, sin intención de contenerla. Ni las tristezas que tuvo que superar en la vida ensombrecieron su buen humor. En nuestro segundo encuentro personal, era diciembre, llevaba muy serio un gorro de Santa Claus con lucecitas que le sentaba mejor que a cualquier Santa profesional.
En los tapones, escuchando Raíces, se adivinan sus preferencias en la selección de la música (¡DJJoe!) y es inevitable pensar que él está detrás de los mensajes motivacionales que se emiten.
Pasar por la vida haciendo solo amigos sosteniendo un legado económico, social y cultural de la envergadura del de su familia no es un reto que cualquiera pueda manejar. Pensar qué es mejor para los que le siguen, atesorando lo que dieron los que le precedieron. Querer a su familia incondicionalmente y a sus amigos con generosidad y lealtad. Disfrutar de la vida desde una profunda conciencia social.
A Don José se le asocia con el deporte, con la música, con obras sociales, con el arte… Tantas facetas distintas con un componente común: lo gregario, lo comunitario. Los demás.–
