Por Juan Cruz Triffolio
Sociólogo – Comunicador Dominicano
SANTO DOMINGO. Transcurrían las horas de aquella tarde calurosa cuando la amable señora de caminar firme y sosegado hizo presencia dejándonos de inmediato plenamente anonadados.
Su sonrisa cálida y su blanca cabellera permitió que la exquisita escritora salcedense, Emelda Ramos, interrumpiera el coloquio para, pletórica de orgullo y satisfacción, advertir a los presentes que acababa de llegar al selecto grupo una figura histórica sinónimo de fortaleza, compromiso y dignidad patriótica.
Con la solemnidad y el respeto que envuelve su decorosa y ejemplarizante hoja del servicio a la patria amada, a la que nunca hemos visto pasar factura, empleando el clásico discurso hueco que algunos verbalizan para ganar una notoriedad muchas veces cimentada en la mentira y la hiperbolización, procedimos a expresar la bienvenida a la ingeniera Tomasina -Sina- Cabral, hija del terruño de Salcedo y ejemplo vivo de resistencia antitrujillista.
Su mirada tierna y profunda, acompañada de parsimonia y serenidad al evocar su pasado glorioso, nos condujo a revivir con dolor y rebeldía aquel tétrico período de nuestra historia, marcado por las torturas y la barbarie patrocinada por aquellos que pretendieron silenciar y atropellar un pueblo digno y laborioso, aplicando los métodos inhumanos que caracterizan al salvajismo y la ignominia.
A mucha insistencia nuestra, doña Sina hacía valiosos y diversos relatos sobre su ayer como una auténtica espartana a quien el dolor y el martirio permitió abrazarse a la gloria eterna, para hoy ser un paradigma referente de dignidad y patriotismo, sin necesidad de vivir adherida al rencor y el odio devastador del alma humana.
Sin poses de protagonismo, con una calma que conmueve y enaltece, persiste en que aquel pasado cruel y denigrante jamás debe ser reeditado y por tanto, convoca a que prevalezca el hermoso criterio y el ineludible compromiso de evitar perdonarlo con el olvido y enterrarlo con el silencio.
Ante tanta enjundia, expresividad y sinceridad al narrar aquellos temas de tan ingrata recordación -y dada la persistencia de los tertulianos: Emelda Ramos, Francisco Regalado, Mirtha Canaán, el magistrado Francisco Ortega Polanco y quien esto escribe-, una brillante propuesta lucía impostergable formular en aquel encuentro espontáneo y de indeleble remembranza.
El pensamiento parecía unísono aunque su contenido podría ser, en medio de aquel imprevisto convivio, una manifestación de osadía.
Todos coincidimos, tomando la delantera el magistrado Ortega Polanco, que la ocasión hacia ineludible proponer a doña Sina que, por el valor de su entrega y el compromiso con la patria, la necesidad de las presentes y futuras generaciones, además de que ya otros compañeros de prisión y torturas así lo han hecho, escriba sus memorias históricas, resaltando en justicia sus lacerantes y convincentes testimonios.
Así lo hizo, en nombre de todos, el acucioso y elocuente magistrado Francisco Ortega Polanco, nuestro apreciado Pito, poniendo de manifiesto, como siempre, su caballerosidad y cortesía.
La respuesta no se hizo esperar pues doña Sina Cabral, ícono ejemplarizante de la mujer y templo moralizante de nuestra historia, reaccionó expresando, al tiempo que parecía que su vida se difuminaba en su mirada fija al infinito, que aunque no gusta mucho escribir, ni tampoco hacer frecuente presencia en la actividades que giran en torno a su pasado, es posible que se anime y en consecuencia, un día nos sorprenda con la materialización de lo sugerido.
Discurrido el tiempo y al momento de la despedida, la mártir salcedense, luego de repartir sus abrazos y besos de mansedumbre, pasó a retirarse de la tertulia no sin antes tener que escuchar, nueva vez, el reclamo de los presentes: Doña Sina, escriba sus memoria..!!
Aquel lozano icono sobreviviente de la oprobiosa, sanguinaria y selvática dictadura que procuró demoler la conciencia ciudadana, los derechos humanos y las libertades públicas, volvió a arroparnos con su sonrisa tierna para de inmediato iniciar su marcha de retiro, serena y lentamente, hasta esfumarse con la lejanía, dejando en todos nosotros un ejemplo y un recuerdo imperecedero con auténtico sabor a patria libre y soberana.